El que ya ha empezado a celebrar el aniversario ha sido Rubalcaba. Viéndose ministro del Interior, ha saltado hacia atrás setenta años y se le ha aparecido Casares Quiroga, su antecesor en el cargo, que entonces se llamaba de la Gobernación. Poseso, ha dudado de los merecimientos de la oposición para ser informada sobre política antiterrorista. Ya Alonso había tenido un trance semejante que acabó con dos militantes del PP detenidos por actitud vociferante.
Los inspira aquel enfermizo amigo de Azaña que, a primeros de mayo del 36, cuando Calvo Sotelo enumeraba los asesinatos políticos, incendios de iglesias, colegios y viviendas, detenciones irregulares de derechistas y otras lindezas, respondió: "A mí me preocupan sólo las derechas". Teniendo en cuanta que los responsables de la violencia eran seguidores del Frente Popular, la respuesta tiene delito. Azaña lo premió proponiéndole inmediatamente la formación de gobierno, y se retiró a la Quinta del Pardo a hacer de presidente de la República. Es decir, a escoger los tapices para sus aposentos en el Palacio de la Plaza de Oriente (había decidido instalarse en las dependencias de la reina María Cristina) y a comprarse el mismo coche blindado que usaba Adolf Hitler.
Cinco años atrás, al llegar la República, el gobierno había mostrado una incomprensible inhibición ante la quema de iglesias, conventos y bibliotecas. Cuando llegaban noticias de los atentados al Consejo de Ministros, estos recurrían a la broma, la blasfemia o la jactancia: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano" (o la uña de un republicano, según otras versiones), soltó Azaña.
Regresadas las izquierdas al poder con las elecciones de febrero del 36, el fuego corrió aún más deprisa. Esta vez, la reacción de las autoridades fue inmediata: se puso a detener falangistas. Por provocadores. Uno de los conceptos clave en aquel tiempo fue el de "republicanización": había que "republicanizar" la Magistratura, el Ejército, la Administración civil. El gobierno de Rodríguez está rescatando la idea del olvido. Republicanizar significaba apartar a los jueces, militares y funcionarios que no mostraran una lealtad perruna y sustituirlos por gente de confianza. Lo de Fungairiño no ha sido sectarismo sino una celebración más del setenta y cinco aniversario.
Cuando vuelvan a asaltar las sedes del Partido Popular, Rodríguez puede aprovechar para seguir con las celebraciones y resucitar en el Congreso las palabras que Azaña dirigió a las filas de Gil Robles, que reclamaba el auxilio de los gobernantes: "Pierdan SS.SS. el miedo y no me pidan que les tienda la mano (…) ¿No querían violencia, no les molestaban las instituciones sociales de la República? Pues tengan violencia." Ah, qué tiempos. Brindemos.